viernes, 20 de febrero de 2009

El descanso de Dios


Y ahí estaba ella. Una pequeña, negra y peluda sospecha intuída a base de pequeños soniditos chirriantes sobre las sábanas. Los dos observábamos horrorizados sus movimientos de araña, su cuerpo de araña, sus ojos de araña. Yo no quería matarla, reconozco que me daba asco, él tampoco porque estaba aterrorizado. Me dan el mismo asco las arañas que las polillas, animales que Dios debió defecar el día de descanso. Intenté matar a aquel bicho inmundo con un klinex, yo sudaba, miraba a otro lado, intentaba no pensar en lo que estaba haciendo, pero noté sus patas al otro lado del papel y se me arrugaron las cejas hasta que la naúsea hizo que me marease. Había que acabar con eso lo antes posible. La maté con un taconeo. Recogí el fiambre y lo tiré por la basura. Me deshice de las pruebas echando a lavar las sábanas. Todavía me siento culpable...

1 comentario:

A corderetas con mi alma: "Corde" dijo...

Dios, en sus descansos hizo cada una, que más vale no recordar. En cuanto a lo de las arañas, en Guinea, durante el primer mes, no pude dormir por mi obsesión a que se metieran en mi cama. Un día, maté a una y salieron decenas de crías... Me sentí un poco culpable, sí, pero el asco me duró más tiempo.