Contra los molinos

Ya es la segunda vez que me pasa con igual resultado: bofetón. Ayer el metro se averió dejándome cerca de tres cuartos de hora parada. Cuando logré llegar a Príncipe Pío (por dios, sólo es una parada) decidí escapar del suburbano para coger el circular, ese autobús que da una vuelta del copón bendito y que siempre está lleno. El caso es que conseguí hacerme un hueco hasta llegar a la puerta. Un señor mayor de unos 70 años me miraba. Se pone justo detrás de mí y empieza a acercarme su barriga. Me da asco pero me callo, me cambio de sitio y él hace lo mismo con otra chica que, también, se cambia de sitio para ponerse a mi lado. Las dos nos cruzamos una de esas miradas cómplices con un desconocido que se puede traducir como un "lo sé". El hombre se cambia de sitio a donde estamos nosotras. Vuelvo a sentir su barriga y algo más y, ahora, no tengo sitio para moverme. De pronto siento, levemente, su mano rozando mi culo... y un sonoro bofetón cruzó el autobús.

Mientras las señoras mayores me insultaban por haber pegado a un señor mayor, la desconocida y otras dos jovencitas me aplaudían gritando que Olé mi huevos y que ellas no lo habían hecho por vergüenza. Vamos a ver, señores, si quieren tocar un culo joven pagen a un puta o háganselo mirar por un psicólogo... Yo, mientras tanto, cada vez que me toquen haré lo mismo: leche al canto. Y no me importa que sean viejos, es más, cuanto más viejos, más asco me dan... Así que, mujeres del mundo, unámonos bajo el grito "No me arrimes tu Little onion".

He dicho