lunes, 28 de enero de 2008

A Lily...


Aquel hombre, sencillamente, se estaba dejando morir. Eso, al menos, es lo que contaron a la pequeña Lily que miraba, intimidada y de reojo, a un señor delgado, parado en un camino, que observaba un camino, arrugado por los años, de piel transparente que dejaba ver, en lugar de sus órganos, un montón de lágrimas que nunca vieron la luz. Nadie sabía quién era, ni de dónde venía, ni qué esperaba en ese camino. Tampoco recordaban ya el tiempo que llevaba en aquel lugar. Lo habían intentado todo para salvarle. Le dejaban platos de suntuosas comidas a los pies por si el olor del cariño le hacía volver de su sueño... lo que nadie le había pedido fue que llorase. Hasta que llegó Lily...
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El bajista y yo tuvimos hace mucho tiempo una serie de cuentos protagonizados por una niña bastante rara a la que Albert bautizó como Lily (aunque a mí me parece un nombre terrible). El caso es que hoy me he acordado de esta historia y la he simplificado para el blog.

Me he pasado el fin de semana cuidando de Lando. Se encuentra mucho mejor, gracias a todos por TODO. Pero ayer, cansada de estar en casa, me fui con Madame M. y la minipandi a La Latina... qué bueno es encontrarse con tan buena gente sin buscarla ni esperarla.
Por lo demás, sus visitas me descolocan y siembran entre nosotros esos silencios incómodos. También me asustan las esperanzas de terceros (¿acaso seré yo quien tenga que matarlas?). Y me encuentro desubicada en un punto indefinido entre la esperanza y el miedo con el resto de hombres con los que me encuentro. ¿será que, en el fondo, tenemos que vivir el duelo para atrevernos? Dudas, dudo, dudando...

2 comentarios:

Madame M dijo...

Lily: Se llama igual que la empresa de Medio Rubia... Siempre es un placer verla, aunque se vea inmiscuida en problemas ajenos. ¡Ay, qué diíta! Lando always win...

albert dijo...

oh cielos, la pequeña lily ataca de nuevo